EDITORIALDesde 2020, al cumplir 40 años, decidí dedicar la década siguiente a construir y expandir el BigMiniUNIVERSE, creando la mayor cantidad de contenido posible. Aunque he avanzado, reconozco que no he logrado alcanzar la velocidad que me habría gustado. La razón es simple: fui obstinado al querer que el formato principal de mis obras fueran los videojuegos, dejando de lado otras opciones más accesibles e igualmente efectivas para expresar mis ideas y plasmar mi universo. Por ello, a partir de este año, ajustaré mi estrategia. Daré mayor importancia a los formatos de texto y cómic, sin dejar de crear videojuegos, pero con un enfoque renovado en mi objetivo principal: hacer de los próximos cinco años el periodo más productivo y creativo de mi vida. A partir del 2025, BigMiniZINE se convierte en una publicación digital llena de cuentos, cómics, relatos e ilustraciones, todo ello creado exclusivamente para exponer y promover el BigMiniUNIVERSE. 3 MAGOS. CAPÍTULO 1 - LA HAK'TARA Autor: Gonzalo 'Phill' Sánchez El sol comenzaba a descender sobre el desierto, y las dunas, iluminadas por los últimos rayos de luz, se extendían como un mar infinito de arena dorada. Entre ellas caminaba una figura solitaria, un joven de cabello negro corto y despeinado, con ropas gastadas de tonos verdes, sandalias de cuero y una capa vieja y maltratada que apenas lo protegía del viento abrasador. Su piel morena estaba marcada por cicatrices rojas, quemaduras y rasguños que parecían contar historias de luchas pasadas. Sus ojos negros miraban con determinación el horizonte. Llevaba ya varios días viajando solo por el desierto, enfrentándose al hambre, la sed y el calor implacable. Mientras el cielo comenzaba a oscurecer, decidió que era hora de buscar alimento. Escudriñó el terreno hasta encontrar dos escorpiones y una serpiente que se movían entre las rocas. Con movimientos rápidos y precisos, atrapó a las criaturas, después encendió una improvisada hoguera para asarlos cuidadosamente. Aquella cena, aunque escasa, sería suficiente para mantenerlo en pie una noche más. Mientras el joven se sentaba a comer bajo el cielo estrellado, podía ver a lo lejos, entre las laderas de los montes, luces de fogatas de otros viajeros. Esta noche había muchas más, lo que significaba que su destino estaba cerca y que aquellos otros viajeros se dirigían al mismo sitio, la ciudadela secreta de Met-zada. Al amanecer del día siguiente, atravesando un par de montes, el joven finalmente pudo ver las murallas iluminadas por los primeros rayos del sol. Las imponentes paredes de piedra parecían surgir de la propia montaña sobre la cual se erguían. Continuó su camino, y al poco tiempo ya no se encontraba solo; se había convertido en uno más de un grupo de viajeros. La multitud creció con cada paso que los acercaba a la ciudadela, transformando el desolado camino en una ruta vibrante de voces y pasos. Había viajeros de todo tipo: algunos, como él, llegaban caminando, con ropas gastadas y miradas determinadas; otros viajaban en carruajes decorados con intrincados grabados, que reflejaban el estatus y riqueza de sus dueños. Había caravanas tiradas por bestias robustas, como dromedarios y bueyes, y escoltadas por esclavos que cargaban con los suministros necesarios para atravesar el desierto. En la multitud se podía distinguir la diversidad de edades, géneros y nacionalidades. Había ancianos con largos bastones y rostros marcados por los años, junto a niños que viajaban con sus familias, observando el paisaje con curiosidad y temor. Algunos hombres y mujeres vestían armaduras brillantes, como guerreros preparados para enfrentar cualquier peligro, mientras otros llevaban túnicas de seda que delataban su origen noble o mercantil. Entre los viajeros también destacaban figuras misteriosas: una mujer de piel oscura y cabello enredado llevaba un collar de amuletos que tintineaban al caminar; un hombre de cabellos plateados y mirada severa guiaba un grupo de aprendices que cargaban libros antiguos y objetos arcanos. Se escuchaban fragmentos de diferentes lenguas, desde los dialectos del desierto hasta los idiomas de tierras lejanas. Poco después del mediodía, los viajeros llegaron a su destino. A las faldas de la montaña, entre tanto visitante, se había formado un improvisado campamento que parecía más un pequeño asentamiento. Había todo tipo de tiendas, de todos los tamaños, desde estructuras rudimentarias hechas con tela y madera hasta tiendas más elaboradas, tanto así que parecían construcciones de piedra. Comerciantes ambulantes se movían entre la multitud, ofreciendo sus mercaderías en coloridos estantes portátiles, mientras otros habían levantado puestos temporales para exhibir sus productos. Uno podía encontrar todo tipo de mercancías: armas, amuletos, mapas, provisiones y artefactos exóticos de tierras lejanas. Había también lugares para comer, donde los aromas especiados se mezclaban con el sonido del bullicio, así como espacios destinados al descanso y la diversión, con juglares y artistas mostrando sus talentos a cambio de algunas monedas. Pero, ¿cuál era el motivo por el que tantos viajeros se reunían en aquel distante páramo? En aquellos tiempos antiguos, el Rey Salomón, hijo de David, gobernaba al Reino de Israel, su sabiduría y riqueza eran conocidos en los rincones más lejanos del viejo mundo. Pero más allá de los proverbios y los juicios justos que lo convirtieron en leyenda, existía otro aspecto de su reinado que pocos se atrevían a mencionar en voz alta: Salomón no solo era un rey sabio y profeta, sino también un hechicero de inmenso poder. Entre sus grandes obras se encontraba Met-zada, una ciudadela sagrada escondida en las áridas montañas del desierto de Judea, en el antiguo reino vasallo de Edom, cerca de la ciudad de Zoar. Construida sobre la cumbre de una meseta aislada y rodeada de acantilados imponentes, la fortaleza era inaccesible. No había senderos ni escaleras que condujeran a sus muros, y los rumores sugerían que solo la magia del propio Salomón había hecho posible su creación, tal y como fue la construcción del Templo de Jerusalém. Met-zada permanecía invisible para los ojos del pueblo común, oculta por un velo misterioso. Pero entre los practicantes de la magia y las artes ocultas, su nombre era venerado. Era un santuario, un lugar de aprendizaje y poder, y también el escenario de un evento que atraía a los hechiceros más poderosos y temerarios del mundo conocido: la Hak’tara. Cada siete años, en Met-zada, el Rey Salomón celebraba esta competencia mágica. Hechiceros, magos, brujos, alquimistas y arcanos llegaban desde tierras lejanas, enfrentándose en desafíos que pondrían a prueba no solo su habilidad, sino también su valentía. Los vencedores eran recompensados con riquezas y tierras, y algunos recibían un lugar en la corte del rey. Pero había un premio que eclipsaba a todos los demás: el derecho a beber del agua divida, que fluía de un manantial mágico en lo profundo de la montaña. Se decía que aquel que bebiera del agua divina, aumentaría su sabiduría y poder, dejaría de ser un simple mortal y se elevaría más cerca de Dios. El riesgo era inmenso, pues no todos los competidores sobrevivían a los retos de la Hak’tara. Y, sin embargo, la promesa de gran poder atraía a los ambiciosos y a los desesperados. No todos los visitantes buscaban concursar; la gran mayoría no poseía las habilidades necesarias para enfrentar los retos de la Hak'tara. Estaban allí para ser testigos de la competencia, así como para aprovechar el evento y celebrar, intercambiando conocimientos, mercancías y vivencias. El joven viajero se sentía incómodo, un poco ofendido por todo el barullo que había. Para él, la Hak'tara era un evento sagrado, un momento solemne que requería respeto y devoción. A pesar de su descontento, sabía que necesitaba aprovechar la oportunidad para recuperar sus fuerzas. Comió y bebió lo suficiente para reponerse del viaje, buscando también un lugar tranquilo donde descansar. Sabía que el reto que enfrentaría al día siguiente no sería cosa fácil, y cada momento de preparación sería crucial. En el año en que nuestra historia comienza, la Hak’tara está a punto de iniciar una vez más, y los vientos que soplan en el desierto traen consigo a un gran número de contendientes. Fin del Capítulo 1. RELATOS DE MEGALOTITLÁN - RECICLADO - 001 Autor: Gonzalo ´Phill´ Sánchez. CPS: SAQUEADORES - 001 Autor: Gonzalo 'Phill' Sánchez
Rasgos físicos Los Djinn no envejecen, no sufren enfermedades y están más allá del tiempo y el espacio. Cada Djinn tiene un dominio absoluto sobre el elemento al que pertenece. Pueden cambiar de forma según su voluntad, adaptándose al entorno o intimidando a otros. Desde su creación, conocen las reglas de su existencia, lo que los obliga a respetarlas o enfrentar severas consecuencias. Los Djinn pueden consumir la esencia de otro Djinn para incrementar su poder, un acto que conlleva un alto riesgo pues puede llevarlos a la corrupción de su escencia. Habilidades Las habilidades de un Djinn son bastas, pueden alterar y manipular la realidad a voluntad, pero el alcance de su manipulación está limitado por su poder. Un Djinn de baja categoría, podría alterar objetos pequeños y a seres simples, mientras que un Djinn de alto rango, es capáz de manipular galaxias enteras e incluso rivalizar con semidioses y deidades menores. Cada Djinn domina su elemento al extremo, pudiendo alterar su entorno o desatar poderes destructivos. En combate o situaciones de peligro, los Djinn pueden manifestar su forma elemental pura, desatando todo su potencial. Al consumir a otro Djinn, pueden adquirir su poder, aunque esto incrementa el riesgo de corrupción. Pueden entrar y salir de su reino elemental a voluntad, siempre y cuando no estén corrompidos. Debilidades La búsqueda de poder puede llevarlos a perder su esencia original, transformándolos en seres caóticos. Fuera de su reino elemental, su poder disminuye gradualmente, obligándolos a regresar periódicamente para recargarse. Están obligados a servir "a quienes sean dignos", y desobedecer esta regla puede resultar en la pérdida parcial o total de sus habilidades. Subrazas
Cultura y Sociedad Aunque los Djinns no tienen ciudades, cultura ni sociedades formales, respetan una jerarquía basada en poder y funciones asignadas por su naturaleza elemental y su rol dentro del universo. Esta jerarquía se divide en las siguientes categorías: Regentes Los Djinns más poderosos y antiguos, considerados líderes naturales entre los suyos. Generalmente han absorbido el poder de otros Djinns, elevándose a posiciones de dominio absoluto sobre los reinos elementales.
Confidentes y Concejales Djinns de gran sabiduría que asesoran a los Regentes o directamente a los Senescales. Aunque no son tan poderosos como los Regentes, su conocimiento y experiencia los hacen indispensables.
Guardianes Djinns encargados de proteger lugares sagrados, reinos elementales o "a quienes sean dignos". Son los guerreros y defensores de su especie, con un sentido de deber inquebrantable.
Sirvientes y Acompañantes Los Djinns que aceptaron plenamente su papel como sirvientes. Aunque pueden tener gran poder, se dedican a tareas específicas relacionadas con sus elementos.
Errantes Djinns que han rechazado su papel de servidumbre, eligiendo una vida de libertad. Aunque no tienen un propósito claro, muchos actúan como agentes libres, exploradores o incluso mercenarios.
Corruptos Djinns que han sucumbido a la Penumbra, perdiendo su esencia original y transformándose en seres caóticos y destructivos. Son temidos incluso entre los suyos.
Leyendas y Códigos
CAPÍTULO 5 - UN CLIENTE INESPERADO Autor: Gonzalo 'Phill' Sánchez Aneki llegó muy temprano aquella mañana a la tienda Nocturna, ansiosa por comenzar su primer día oficial después de tanto revuelo. Sin embargo, al llegar se encontró con una escena que no esperaba: las puertas estaban cerradas y las luces interiores apagadas. Se acercó, intentando abrir la puerta principal, pero estaba asegurada con llave. Golpeó suavemente con los nudillos y luego jaló un pequeño cordón que colgaba a un costado de la puerta, conectado con una campanilla interior. Nadie respondió. Extrañada, miró a través de las ventanas; la penumbra de la tienda no dejaba ver mucho, pero todo indicaba que estaba totalmente vacía. La sorpresa se convirtió en preocupación cuando comenzó a imaginarse los peores escenarios: “¿Habrá cambiado de opinión el Doctor Nocturna y ya no desea que trabaje aquí?” El latir de su corazón se aceleró mientras esos pensamientos incómodos se iban acumulando, pero en un acto de determinación respiró hondo y se reprendió a sí misma: —¡Deja de pensar en tonterías! —se dijo, intentando calmar sus miedos—. Quizá sea una nueva prueba que debo superar. Con un poco de renovada confianza, retrocedió unos pasos y contempló la fachada de la tienda. De repente, fijó la vista en la rendija del buzón, situada justo debajo del viejo picaporte. Se acercó y notó un pequeño cordón rojo que asomaba. Inclinándose un poco, tiró suavemente del cordón hasta que este salió por completo. Al final de aquel hilo carmesí encontró un pequeño rollo de papel sujeto con una cinta y, más abajo, colgando, una llave. Con manos temblorosas, desenrolló el papel y leyó: “Querida Aneki, El Señor Inebahti y yo hemos tenido que salir de último minuto para atender un asunto de suma importancia, perdona que no te hayamos podido avisar. Te dejo aquí la llave de la tienda. De favor te pido que te encargues de atender el mostrador el día de hoy. Atte: Dr. Nocturna.” Aneki sintió al instante un inmenso alivio. El Doctor no solo no se había olvidado de ella, sino que además confiaba en su capacidad para encargarse del negocio. Con cierta emoción y un leve cosquilleo en el estómago, tomó la llave y se dispuso a abrir la puerta. Cuando la llave giró en la cerradura, y con un suave empujón abrió la puerta de la tienda. El interior la sorprendió; apenas cruzó el umbral, todas las luces se encendieron al unísono, inundando el lugar con un cálido resplandor. Casi al mismo tiempo, los viejos relojes de péndulo comenzaron a dar la hora con un acompasado tic-tac, y un par de artefactos mecánicos —que siempre habían permanecido en silencio durante su estancia— se activaron con suaves zumbidos y el golpeteo de engranajes. Lo más impactante fue escuchar cómo un fonógrafo antiguo se ponía en marcha, haciendo resonar una elegante melodía de época que llenó el aire con sus notas envolventes. —¡Dios mío! —exclamó con un respingo—. ¡Esto se encendió solo! Se llevó una mano al pecho, sintiendo que su corazón latía con fuerza por la sorpresa. Sin embargo, la sensación inicial de susto se disipó pronto para dar lugar a una emoción casi mágica. La tienda lucía viva, como si se alegrara de tenerla a ella al mando. Aneki avanzó con pasos todavía cautelosos hasta detrás del mostrador. El entusiasmo por su nuevo papel bailaba en su estómago, pero la responsabilidad la hacía sentir un leve temblor en las manos. Miró la puerta principal con expectación y, con una voz suave pero firme, practicó su saludo: —Buenos días, bienvenido al… —se interrumpió ella misma, sintiéndose algo tonta al no haber nadie todavía. El tiempo comenzó a deslizarse lentamente. Al principio, Aneki revisó algunos objetos sobre las vitrinas, acomodó libros y quitó el polvo de un par de reliquias. Sin embargo, nadie entraba. Cada tanto, se asomaba a la ventana, esperando ver a alguien curioso detenerse en la fachada, pero la calle permanecía desierta. La mañana se alargó hasta que el sol llegó al punto más alto. Ya era casi mediodía, y ni siquiera un alma se asomaba por el lugar. Aneki se apoyó contra el mostrador, dejando escapar un suspiro de resignación. La elegante melodía del fonógrafo se había detenido un rato atrás, y el silencio comenzó a adueñarse de la tienda. —No pensé que este lugar pudiera estar tan… tranquilo —murmuró, con cierta decepción. Sintió sus párpados pesados: el tedio y el arrullo monótono de los relojes de péndulo la estaban adormeciendo. Aun así, se obligó a mantener los ojos abiertos, intentando no ceder al sueño. Pero finalmente, la tentación fue más fuerte. Apoyó la cabeza en sus brazos cruzados sobre el mostrador, y se dejó llevar por un breve instante de somnolencia. Apenas habían pasado unos segundos cuando el tintineo de la campana sobre la puerta la sacó de golpe de aquel duermevela. Aneki se incorporó rápidamente, casi tirando un jarrón antiguo que reposaba junto a la caja registradora. —¡Bienvenido al bazar de curiosidades de Madam Noc… tur… na! —exclamó con la voz entrecortada, el corazón aún acelerado por el sobresalto. Pasaron un par de segundos eternos. Se frotó los ojos, tratando de enfocar la mirada en la puerta. No había nadie. O, al menos, eso era lo que parecía. —¿H-hola? —dijo en voz alta, la garganta reseca por la repentina adrenalina. Avanzó unos pasos fuera del mostrador, deteniéndose en la entrada. El umbral seguía vacío, la calle continuaba desolada. Sin embargo, tenía esa extraña sensación de que no estaba sola, como si una presencia se moviese entre los objetos y el silencio. Miró en todas direcciones, pero no alcanzaba a ver nada. —¡Bah! Quizá fue el viento… —susurró, intentando convencerse a sí misma. Pero la inquietud no desaparecía. Había algo en el aire, cierto hormigueo en la nuca que le decía que sí había ocurrido algo, aunque no pudiera verlo todavía. Inspiró profundamente para tranquilizarse, dispuesta a averiguar qué o quién había activado la campana… y lo que fuera que esa presencia significara. Aneki regresó al mostrador, intentando aparentar una calma que en realidad no sentía. Su pulso aún iba acelerado después de percibir aquella extraña presencia, y ahora se hallaba en guardia, observando con detenimiento cada rincón de la tienda. Los relojes seguían con su acompasado “tic-tac”, y el aire se sentía cargado de un ligero estremecimiento, como si algo invisible se moviese entre las sombras. Se plantó detrás de la caja registradora, aferrando una libreta que tenía a la mano, mientras sus ojos se deslizaban con desconfianza por el local. Pasaron unos instantes sin que nada sucediera, hasta que algo llamó su atención en el extremo de su campo de visión. Sin embargo, no venía de la puerta principal, sino de muy, muy cerca. —¿Qué…? —comenzó a murmurar, y en ese instante sintió la presencia justo a su lado. Un escalofrío subió por su espalda y la dejó momentáneamente inmóvil. Incapaz de pensar con claridad, giró la cabeza muy despacio, casi temiendo ver aquello que intuía. Y entonces lo vio. Un ser pequeño, un poco más pequeño que un niño, pero no era un niño. Este ser era de piel arrugada y color azul, se encontraba sentado sobre el mostrador con las piernas cruzadas. Sus ojos eran grandes y completamente negros, sin cabello, pero con cejas prominentes y bigotes largos parecidos a los de un gato, le daban un aspecto entre místico y travieso. Vestía una especie de túnica ornamentada con colguijes de piedra y metal de diversas formas y tamaños. En su mano sostenía un pequeño bastón de madera, tallado de extrañas marcas y runas, cuya punta retorcida parecía labrada con un diseño único. Aneki sintió un vuelco en el corazón. El diminuto ser la miraba fijamente, inclinando la cabeza con algo que se acercaba a la curiosidad. El silencio era denso, como si el tiempo se hubiera detenido solo para presenciar aquel encuentro imposible. —Buenas tardes, señorita… —dijo la criatura, con un tono de voz sorprendentemente claro y suave. Aneki tardó un segundo en procesar que había oído palabras… aunque el ser no parecía tener boca. Esa contradicción la sacudió por completo, y con un grito ahogado saltó hacia atrás, sosteniendo la libreta frente a ella a modo de escudo improvisado. El extraño ser no se movió, mantuvo su postura relajada con las piernas cruzadas y el bastón apoyado sobre el mostrador recargado en su rodilla. Parpadeó un par de veces, y entonces volvió a comunicarse: —¿Se encuentra usted bien? —inquirió, y de nuevo, su voz resonó sin que Aneki pudiera ver de dónde exactamente provenía. Aneki sintió su corazón golpeándole el pecho con fuerza, las palabras se atoraban en su garganta. Tras unos instantes de pánico, consiguió murmurar: —¿Q-quién… o… qué eres tú? El ser ladeó la cabeza, como si la pregunta le resultase graciosa o, tal vez, demasiado lógica. No pareció ofenderse, sino que siguió mirándola con esa mezcla de serenidad y un brillo casi divertido en sus ojos negros. Aneki seguía con la libreta alzada, el corazón aún palpitando con fuerza. El pequeño ser, sentado sobre el mostrador con las piernas cruzadas, la contemplaba con un aire casi afable, como si no entendiera el porqué de su reacción. —Mi nombre es Shon-O-Shin —se presentó con una voz sorprendentemente clara—. No era mi intención asustarla, señorita. Aneki tragó saliva, intentando componer un gesto de valentía. Sin embargo, su mente se sentía aturdida, como si tratara de asimilar demasiada información al mismo tiempo. —¿Cho-chin…? —repitió, frunciendo el ceño, al no estar segura de cómo pronunciarlo. —No, no “Cho-chin” —corrigió el diminuto personaje con un ligero matiz de humor en su tono—. Es Shon-O-Shin. Aneki se forzó a guardar algo de compostura. Sin bajar la libreta, preguntó: —¿Qué… qué haces aquí? ¿Por qué has entrado de esa forma? La criatura alzó el bastón que sostenía, como si realizara un saludo, y respondió con toda tranquilidad: —He venido en búsqueda del Doctor Nocturna. Necesito hablar con él de un asunto importante. La joven sintió un vuelco en el estómago. El Doctor no estaba y no había dejado muchas indicaciones aparte de la nota que encontró en el buzón. —El Doctor… él no se encuentra —aclaró, intentando sonar lo más educada posible—. Tuvo que salir y estará fuera todo el día en un… asunto de suma urgencia. Shon-O-Shin parpadeó un par de veces, como sopesando la situación, antes de soltar un leve suspiro que denotaba desilusión. —Vaya… qué inoportuno. —Luego, sus ojos negros se centraron de nuevo en Aneki—. Pero si el Doctor no está, quizás tú puedas ayudarme. La petición inesperada provocó otro latido repentino en el pecho de Aneki. Aún sin bajar su improvisado “escudo”, se preguntó qué podría requerir un ser tan peculiar… y cómo rayos iba ella a proporcionárselo. Con un leve ademán de su bastón, Shon-O-Shin trazó un breve semicírculo en el aire, y de pronto, se escuchó un sonoro “pop”. Ante los ojos asombrados de Aneki, una pequeña nube de humo se materializó, despidiendo un tenue brillo. Al disiparse, quedó flotando en el aire un trozo de pergamino que el diminuto ser tomó entre sus dedos azules. —¡Dios mío! —exclamó Aneki, sin poder contenerse—. ¿Eres un… mago? La criatura, aún sentada sobre el mostrador con las piernas cruzadas, negó con la cabeza esbozando una ligera mueca de desaprobación. —No exactamente —respondió con voz suave—. Soy un Djinn. —¿Djinn…? —Aneki frunció el ceño, su cerebro dando un vuelco. Jamás había escuchado esa palabra en su vida—. ¿Qué es un Djinn? Con un suave suspiro que denotaba paciencia, Shon-O-Shin se acomodó los colguijes en su túnica y comenzó a explicar: —Un Djinn es un ser mágico; en términos más sencillos para ti, podrías compararnos con los genios de las lámparas en algunas de sus leyendas humanas. Pero la diferencia es que yo soy sirviente de una de las casas reales más importantes del reino de Caradon Vvanna. Al mencionar aquellas últimas palabras, su voz adquirió un matiz de orgullo, como si el simple hecho de pronunciar el nombre “Caradon Vvanna” evocara un lugar de enorme poder y grandeza. Sin embargo, Aneki no pudo ocultar su confusión; parpadeó varias veces, intentando asimilarlo. —Caradon… Vvanna… —repitió, casi en un murmullo—. Nunca he oído hablar de ese lugar. Y eso que he leído mucho sobre historia y civilizaciones antiguas. Shon-O-Shin alzó las cejas, o al menos donde habrían estado sus cejas si no hubiese tenido tan solo aquella cresta prominente. —Lo suponía. Es un reino distante y, para ustedes, fuera de los límites de su comprensión habitual —aseguró, inflando ligeramente el pecho—. Sin embargo, si el Doctor Nocturna vive en esta dimensión, es precisamente porque él y su familia mantienen lazos con nuestro mundo. Aneki permaneció en silencio, todavía tratando de procesar todo lo que había sucedido y lo que este ser le estaba contando. Su mente volvía a la infancia, cuando pensaba que la magia solo era un cuento de hadas; sin embargo, desde que había puesto un pie en la tienda del Doctor Nocturna, había presenciado más de lo que nunca imaginó posible. Y cada vez que creía adaptarse a esas novedades, algo nuevo la sacudía. —Yo… lo siento —titubeó, sosteniendo el pergamino con la mirada—. No termino de entender esto del todo. Shon-O-Shin hizo un leve movimiento con su bastón, volviendo a centrar su atención en ella.
—Te comprendo, señorita. Pero no hay prisa; primero, resolvamos el motivo de mi visita. Ya tendremos tiempo de explicar cómo funcionan los reinos y la magia de mi clase. Aneki tragó saliva y se obligó a asentir, decidida a tomar la iniciativa. —Está bien… —murmuró, aún insegura—. ¿En qué puedo ayudarte exactamente? Shon-O-Shin extendió el pedazo de pergamino frente a Aneki, sujetándolo con ambas manos para que ella pudiera apreciarlo a detalle. Al instante, los ojos de la joven se posaron en una elegante ilustración que parecía desgastada por el paso de muchos años, pero que aún conservaba una belleza y refinamiento asombrosos. —Esto que ves aquí es el símbolo de la familia real de la que soy sirviente —explicó el Djinn con cierto orgullo contenido—. Una heráldica muy antigua que representa a un ave majestuosa, parecida a un fénix pero de plumaje negro. Fíjate en cómo sostiene entre sus garras un disco dorado con arcanos símbolos alrededor y, justo en el centro, esta espiral. Aneki acercó un poco más su rostro, maravillada por los intrincados detalles. El ave parecía casi real; cada pluma estaba delicadamente trazada, y el disco dorado emitía un ligero destello, como si guardara un poder latente dentro de sus líneas grabadas. —Este es el escudo de la Casa De Soñante, la más altiva de las potestades de todo el reino de Caradon Vvanna —prosiguió Shon-O-Shin, sus ojos negros reluciendo con un tinte de nostalgia—. Por generaciones, la Casa De Soñante mantuvo un glorioso reinado, reconocida por su sabiduría y benevolencia. Sin embargo, un día, su brillo quedó opacado por una terrible desgracia. Los dedos arrugados del Djinn recorrieron suavemente la figura del ave negra, como si cada trazo evocara un recuerdo doloroso. —Ancestrales enemigos invadieron el reino y desataron una impura maldición. Aquel horror obligó a todos a abandonar la gran ciudad de Edevar, la capital que alguna vez fue la joya de Caradon Vvanna. En medio de la confusión, la nave que transportaba a la familia real se extravió por completo. Pese a los esfuerzos, jamás se les encontró… hasta que descubrimos pistas que indicaban que habían atravesado un antiguo portal hacia este mundo. Aneki sintió un estremecimiento interior. Toda la historia sonaba tan antigua y legendaria, sin embargo, la forma en que Shon-O-Shin la narraba la hacía parecer cercana y real, como si esos sucesos hubieran ocurrido apenas ayer. —¿Hace cuánto tiempo sucedió eso? —preguntó, sin intentar ocultar su curiosidad. Shon-O-Shin dejó escapar un leve suspiro que denotaba pesadumbre. —Ocurrió hace ya muchos de tus siglos —respondió—. Desde entonces, otros Djinn y yo hemos estado siguiendo rastros, rumores, cualquier indicio que nos conduzca a la verdad sobre lo que pasó con la familia real. Fue así como descubrimos que el Doctor Nocturna y su familia podrían tener información crucial. De ahí mi búsqueda incesante para dar con él. Aneki escuchaba con atención, casi reteniendo la respiración. Estaba fascinada por aquel relato. —Vaya… —musitó, sin despegar los ojos de la ilustración—. Esto es… increíble. No sé ni qué decir. Shon-O-Shin guardó el pergamino con sumo cuidado, plegándolo entre sus dedos azules mientras sus ojos negros se fijaban en Aneki. Ella, por su parte, no podía apartar la vista del vistoso escudo que acababa de contemplar. Aun así, no tardó en reflexionar sobre la manera en que el Doctor Nocturna podría ser de ayuda para un asunto tan extraño y tan antiguo. —Entonces, ¿de qué manera crees que el Doctor Nocturna podría ayudarte? —preguntó Aneki—. Y ahora que sabes que él no está… ¿cómo se supone que yo voy a serte de utilidad? El Djinn dejó escapar un suave suspiro. —Tengo entendido que la familia Nocturna ha recopilado, a lo largo de generaciones, información importante sobre las conexiones entre tu mundo y el nuestro. En particular, necesito consultar algún tipo de árbol genealógico o un documento antiguo que haga referencia a la Casa De Soñante. Creo que debe estar aquí, en esta misma tienda. Aneki bajó la mirada. Ella no tenía forma de contactar al Doctor ni de saber cuándo volvería. Por un instante, pensó sugerirle a Shon-O-Shin que se quedara esperando el regreso del Doctor, pero se dio cuenta de que sería inútil; la urgencia del Djinn parecía evidente. —Lo siento —dijo con franqueza—. Desconozco dónde ha ido el Doctor y no tengo forma de avisarle. Tal vez deberías aguardar a que regrese, aunque no puedo prometerte que sea hoy. Shon-O-Shin negó con la cabeza con determinación. —No puedo quedarme quieto. Lo que busco debe de estar en la biblioteca o en algún archivo que la familia Nocturna haya guardado. Fue en ese punto que un destello acudió a la mente de Aneki. Apenas el día anterior, había descubierto que la tienda ocultaba una enorme biblioteca llena de volúmenes polvorientos y documentos enigmáticos, que contenían desde historias antiguas hasta referencias a mundos desconocidos. Pero, sobre todo, allí se encontró con Friné, una ratoncita de biblioteca muy peculiar, cuya afición por los libros y el conocimiento era tan grande que vivía en aquel laberinto de estanterías. —Tal vez… —murmuró—. Tal vez Friné pueda ayudarte. Si hay alguien en la tienda, aparte del Doctor, que sepa dónde buscar un árbol genealógico o un texto que hable de esa “Casa De Soñante”, es ella. Shon-O-Shin ladeó la cabeza, interesado. —¿Friné? ¿Quién es Friné? —Bueno… —Aneki sintió un leve rubor al recordar lo inusual que había sido su encuentro—. Es una… ratoncita de biblioteca. Literalmente. El Doctor dice que ha vivido en esta tienda desde hace mucho tiempo. Estoy segura de que, si alguien sabe algo, ella podría indicarnos dónde buscar. El Djinn alzó las cejas (o lo que parecía ser su equivalente) ante la mención de una “ratoncita de biblioteca”, pero asintió, convencido de que cualquier pista podría ser de utilidad. —Entonces, ¿podrías llevarme ante ella? Aneki respiró hondo, consciente de que, en ausencia del Doctor, sería ella quien tendría que guiar a Shon-O-Shin por la recóndita biblioteca. —Sí, claro. Es… por aquí. —Respondió, sintiendo una mezcla de nervios y determinación. Fin del capítulo 5.
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Diciembre 2024
LEGALES
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